© Boltshauser Architekten

LURRA, tierra en euskera, término que define el planeta que contiene la vida que conocemos pero que también hace referencia a la superficie, la sustancia que alberga esa vida. La Tierra ejemplifica el comienzo; representa el soporte subyacente de la actividad humana y no humana, siendo una fuente inagotable para el aprendizaje en nuestra relación con el mundo. La tierra está presente en los primeros refugios y asentamientos, en el surgimiento y desarrollo de la agricultura, en la concepción del ladrillo -abstracto y modular-, en la aparición de materiales sintéticos como el hormigón y también en las sensibilidades arquitectónicas contemporáneas: circularidad, revisión del savoir-faire tradicional, búsqueda de beneficios higrotérmicos, reducción de huella de carbono. El baserri, un agencement de actividad humana y dinámicas territoriales, se sustenta en ésta como su recurso esencial para la productividad. La importancia de una relación equilibrada ha sido clave para su viabilidad desde el siglo XV hasta el inicio de la era industrial, cuando mejoras técnicas innovadoras trajeron un cambio sustancial de la actividad rural. El aumento de las tasas productivas, el surgimiento de procesos industriales, la introducción de especies foráneas, las migraciones urbanas y la consecuente dinámica especulativa del suelo, sumados al efervescente escenario sociopolítico de los siglos pasados, resultaron en una concepción errónea y una pérdida de la identidad de esta arquitectura. Como unidad elemental que estructura el paisaje local en el País Vasco, este fenómeno ha tenido importantes consecuencias territoriales que son visibles hoy en día, especialmente en la ruptura de la relación con el medio y la tierra. Tomando como ejemplo el caserío, y adoptando un enfoque rizomático, queremos abrir, identificar, develar, asociar y mezclar líneas contingentes que inspiren nuevos enfoques, intercambios o acciones sobre cómo reconectarnos con la tierra; una garantía de un futuro bien cimentado.

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